21 junio 2010

Ignorancia que vacía

Yo no hice nada malo, simplemente ignoraba la diferencia entre el bien y el mal. Y ahora que moriré pronto, quiero contarte mi historia que la va a escribir de forma mejor que la que yo hablo, un padrecito que me mandaron.
Viví en una pequeña casa con techos de aluminio y paredes de madera. Mi padre se la pasaba tomando, a veces mi madre también, yo tenía que caminar hacia algunas calles principales para vender chicles o pedir limosna. Cuando llegaba sin nada, mi padre al estar tomado me daba palizas si algo estaba mal y a mi madre también. Ella trabajaba de muchacha de servicio en una casa cerca de ahí, así que solo la veía los domingos.
Obviamente ni fui a la escuela, ni a la iglesia, sólo iba a pedir limosna todos los días para tener dinero para el licor de mi padre ya que el no trabajaba.
Cuando entré a la adolescencia, empecé a tener problemas para pedir limosna, ya que me veía más grande. Estaba algo musculoso por cargar cosas y caminar tanto, aunque seguía muy flaco por el hambre. Intenté que me permitieran vender periódicos pero se burlaron de mí en el puesto, así que sin que me vieran me llevé algunos y los fui a vender. Fui directo a mi casa, tenía miedo de que los del puesto no entendieran por qué lo hice. Como gané mucho dinero con eso, fui a comprar cosas para limpiar vidrios.
Por esa época me vinieron necesidades de mujeres, una explosión que entendía porque sabía que cuando mi padre la tenía, me acompañaba a trabajar de noche y ahí lo hacía con algunas de las trabajadoras de la esquina, hasta que se hizo compañero de la vecina. Todos los domingos veía como le hacía eso a mi mamá, aunque ella no quisiera, y la golpeaba como siempre. Entonces supe que las trabajadoras me ayudarían a quitar las necesidades pero todas pedían mucho dinero, excepto una, Dulce, quien por pensar que yo era una “sabrosura” me dejó experimentar gratis.
Y así fue como me volví limpiavidrios, lo consideraba bastante divertido. Pasaron los años, y cuando tenía como 16 años, cuando ya estaba bastante fortachón por el ejercicio, hice algo malo otra vez. Estaba limpiando vidrios, cuando en una camioneta negra muy brillante un señor me hizo señas. Era raro, estaba limpia no necesitaba que yo hiciera nada, pero era ganancia, así que hice mi mejor trabajo, mientras escuchaba la conversación del señor de adentro con alguna persona que no parecía estar ahí. Pensé que estaba loco, luego vi un cable saliendo de su oído. Hablaba de dinero, de que tenían de sobra como para “hacerlo” y regalar, que la compañía estaba en su mejor época y que la familia también. Y se notaba por la camioneta, su traje impecable y su reloj que brillaba hasta la otra calle que tenía razón. Cuando terminé, me acerque a la ventana y el señor sacó su billetera con mucho el dinero, más del que había visto en mi vida, más del que veré nunca otra vez. No sé por qué lo hice, solo sé que en ese momento agarré la billetera y salí corriendo, y corrí más de lo que nunca había corrido, y tan rápido. No paré hasta estar cerca de mi casa, ya muy lejos.
Sin contar cuánto era, tomé una parte pequeña para entregarle a mi padre. Decidí que, sin la presión de tener que darle dinero, podría buscar algo mejor. Y eso hice, busqué trabajo como garrotero en bares, chofer (pero ni sabía manejar), y cosas así. Terminé de albañil en una construcción. Fue grandioso porque conviví con gente, algo que nunca había hecho. Aprendí a decir piropos, y algo que descubrí es que aunque algunas se molesten, otras se rían y otras sigan caminando, todas aprietan las nalgas, nunca entenderé por qué pero así es.
Una noche, dos amigos de la construcción me dieron de tomar alcohol, lo había visto más de una vez pero era de mi padre y temía tocarlo. Pero este era para mí, así que tomamos mucho, todo se movía, se sentía extraño, como si estuviera soñando. Entonces vi a una mujer, y me surgieron las necesidades desde adentro, las que desquitaba con Dulce o con la vecina como lo hacía mi padre. Para mí, esa necesidad era simple, como ir al baño o comer. Ya más de cerca, la visión se ajustó. Era una mesera, con su uniforme de falda corta negra, medias, un chaleco y una camisa. Caminaba aprisa cerrándose la chaqueta y bajando la cabeza. Mientras los otros dos le chiflaban y le gritaban piropos, me acerqué a ella y la tomé, como había visto a mi padre con mi madre varias veces. La aventé a la callecita vacía que cruzaba, le arranqué la ropa que me estorbaba y lo hice, como aprendí. Terminé y me fui.
Pasó el tiempo, íbamos a terminar la construcción y me quedaría sin trabajo, entonces me contaron de Estados Unidos, esa tierra de libertad y sueños que sonaba perfecta. En cuanto se terminó el trabajo, ya tenía instrucciones y nombres para irme. Me despedí de mi padre, quien estaba muy borracho y ni se enteró, y fui a donde trabajaba mi madre, ya muy vieja y cansada. Le expliqué cómo le mandaría dinero, y dónde tendría que recogerlo. Me dio su bendición y me fui. Tomé muchos camiones, viajé por horas y días. Cruzar la frontera fue muy sencillo para mí, mencionaron que era ilegal, pero no sabía qué era eso. Ese viaje fue importante porque conocí a la Chuny, ella iba sola a buscar una mejor vida, estaba asustada, era unos 7 años más chica que yo. Así que la cuide. Con ella la necesidad no era como la de siempre, me hacía querer explotar, gritar, incluso cantar. Solo quería estar con ella, aunque no lo hiciéramos, solo tenerla cerca. Me enamoré de Chuny.
Vivimos juntos y trabajamos, yo en un bar, primero como garrotero, después llegué a ser “bar tender”. Al estar sirviendo bebidas lo único que aprendí a leer fueron los nombres de las botellas, aunque más bien las reconocía por las etiquetas. Chuny era mucama en una casa, pero no se quedaba ahí: trabajaba y venía conmigo a casa. Nos casamos, tuvimos un hijo, ese eres tú, mi ilusión. Tenía planes de mandarte a la escuela, de que todo cambiara para ti, que tú si supieras todo lo que yo no sé.
Fue entonces cuando, tu madre y yo íbamos caminando, tu te quedaste con tu tía Lupe (la hermana de Chuny que vino cuando murieron sus padres en México). Entonces vimos a unos hombres rompiendo el vidrio de una joyería, a sólo unos pasos de nosotros. La reacción de Chuny fue darse la vuelta, la mía fue agarrar algunas cosas (tal como lo hice con los periódicos y la billetera). Chuny regresó por mí, y en ese momento llegó un policía. Chuny y yo corrimos, pero no habíamos avanzado nada cuando oí el disparo y vi a tu madre en el piso. Me lancé sobre el policía, le quité el arma y sin saber nada, le disparé.
Nunca había usado un arma, pero sé que quería vengarme de lo que le había hecho al amor de mi vida, a la madre de mi hijo. Lloré encima de tu madre por horas, vi como se me iba, vi como toda su luz se iba apagando. Así lo sentí, como si fuera una vela que el viento va debilitando.
Tuve un juicio, pero no entendí nada de lo que dijeron. No había aprendido bien el inglés, ni siquiera hablo bien español. Solo sé que por matar, me van a matar.
Me mandaron al padrecito, el que está escribiendo esto, para limpiarme de culpa. Me dijo que Dios sabe que yo no sabía lo que estaba haciendo, no por tonto sino porque nadie me enseñó. Le pedí una sola cosa a Dios: que tú supieras, que no fueras malo, que aprendieras a ser bueno, a diferenciar entre el bien y el mal. Que supieras lo que yo no.

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