30 mayo 2011

La princesa enmascarada

En el lago cae una lágrima trasparente, proveniente de unos ojos verdes como las hojas, rodeados por el duro y frío metal de una máscara de colores, adornada con joyas.
Sólo se pueden ver los ojos, y unos labios rosados. Pero sus ojos dicen más de lo que quiere ocultar, por eso siempre mira hacia abajo, analizando sus propios pasos, buscando un camino.
Una princesa que no sabe si es hermosa, en realidad nunca se ha conocido a sí misma.
Se sentía protegida detrás de esa máscara, incluso adornó con hermosas joyas su recinto de seguridad, su escudo. Pero su defensa no era perfecta, porque un día se enamoró, de un príncipe azul. Pudo verlo con sus propios ojos, era galante, apuesto. Lo escuchó, brillante, sabio.
Hasta que un día, se encontró con otra princesa, mas cercana a lo que conocemos. Con un largo cabello castaño, facciones finas, delgada, piel suave, una actitud seductora y tierna. Se jactaba, esta atractiva princesa, de tener en sus manos a príncipes y caballeros de todos los condados, se le podía ver sonreir, y siguiendo su canto de sirena se acercarían los hombres para contemplarla.
Sus caminos se cruzaron en un puente colgante, y a la mitad de éste, el viento sopló fuertemente, agitando terriblemente todas sus emociones. Ambas princesas, ante el terror, sintieron su corazón acelerado, y al voltear hacia delante sobre el puente, su príncipe azul.
Los tres, sintieron un flechazo en el corazón, una sensación confusa entre amor y temor, ya que el viento seguía amenazando con hacerlas caer, o tal vez era la pasión que desequilibraba y nublaba su juicio.
Una vez a salvo, en tierra firme. El príncipe, aún confuso, declaro sus sentimientos de supuesto amor a la hermosa princesa y ella le correspondió.
La princesa enmascarada, ya había sentido el flechazo por el príncipe, sabía que su amor si era real, sin embargo no correspondido.
Tantos años usando una máscara para evitar dolor, sin saber que el más fuerte viene de dentro, de su propio corazón hecho pedazos.
En este final feliz no hay un príncipe azul, sólo una princesa que se busca a sí misma en su reflejo, retirando la máscara, despojando miedos, aceptando diferencias. Dispuesta a enfrentar el mundo sin escudo.

25 mayo 2011

Por siempre

Ya han pasado 6 años.

Aún recuerdo el comienzo de todo. Vestirme de blanco, la sonrisa puesta, la esperanza, la ilusión, la emoción. Caminar por el pasillo, paso a paso, dispuesta a dártelo todo.

El primer año juntos fue poner a prueba mi curiosidad y mis ganas de conocerte. Libro tras libro, ideas confusas, haciendo poco a poco una base deforme, sin sentido, barrotes y cimientos. La pregunta clásica: si he visto cadáveres. Sí, añejos, amorfos e irreconocibles.
Muchos preguntando dudas de sus enfermedades, yo por orgullo investigando para poder ayudar.

El segundo año fue la primera vez que consideré dejarte. Pero descubrí que nada más me llenaba; en tan poco tiempo eras una parte de mí, no me reconocía en el espejo sin ti. Completamos dos años de dureza, exámenes confusos y tanto conocimiento.

Al tercer año nuestra luna de miel: la práctica. Lleno de primeras veces inolvidables. La primera muerte, impactante, frustrante y lejana. El primer nacimiento, para mí lo mejor. Muchas primeras cirugías de todo, muchos primeros pacientes. Al principio somos como niños jugando a ser el doctor, con una libreta anotando e intentando hilar ideas pasadas. Sosteniendo pinzas ante cuerpos abiertos, sin saber distinguir nada entre la sangre y tejidos. Pero aún todo mezclado con la presión de exámenes, trabajos, estudiar.

Y sin darnos cuenta, al pasar los siguientes dos años, todo se vuelve claro; nos dicen “doctor” o “doctora”. Y con experiencias crecimos.

El quinto año la batalla final: el internado. Nuestra primera gran pelea.
Entramos a un hospital con una maleta, como reos concientes de que se alejan de todo. El principal reto de la guerra: encontrarnos a nosotros mismos. El peor y el mejor año. Vimos todo con nuevos ojos, más de cerca. La muerte, el nacimiento, la cirugía, los pacientes. Ya
no había pequeñas libretas, ¡todo se hilaba en nuestra cabeza! Ideas pasadas, enseñanzas nuevas. Pero muchos días todo se nublaba con castigos, cansancio, hambre, tristeza, soledad.

Como una adolescencia te daban todas las responsabilidades, pero menospreciaban tus
capacidades. Y todo se sentía mil veces más. Ahora cada pocos días pensaba dejarte, cada otros te quería para siempre. Y en un año, un crecimiento exponencial, tumoral. Y sin tiempo para pensar nos vimos inmersos en exámenes que evaluarían todos esos años, y sin recordar ni cómo estudiar.

Pero todo fue superado mientras nos aventábamos al 6to año. Donde nos veríamos a nosotros mismos solos ante el paciente y, claro, con la burocracia junto estorbando. Pocas muertes, pocos nacimientos, pocas cirugías, muchos pacientes. Pero el “doctor”, “doctora”
y las gracias de corazón, y por nuestro propio esfuerzo, sólo por nuestro trabajo. Y mantuvimos un consultorio a flote.

Casi es imposible resumir cada sentimiento, cada lección, cada error. Hoy, después de tantos años, camino nuevamente por un pasillo, paso a paso, vestida de negro, con la sonrisa puesta, la ilusion hecha, tantos recuerdos (incluyendo los que no llegaron aquí por otra vida o la muerte) y el agradecimiento a todos aquellos que me apoyaron en cada crisis, cada pelea, cada logro. Con la emoción de que con este papel confirmo que estaremos juntos siempre, Medicina, el resto de mi vida, porque ya eres parte de mí, desde aquel primer día.