25 junio 2010

Cristal

Érase una vez, una princesa encerrada en la torre mas alta, en una habitación peculiar, custodiada su puerta por tres guardias, y otros tres mas en las escaleras. En el amplio vestíbulo dos pequeñas dragonas la protegían.
Los muros del castillo eran de ladrillo, con dos placas de acero, piedra y una cubierta de yeso. Era un castillo pequeño, y en los alrededores no había mas que pequeñas casas de los guardias, y una gran muralla de dos muros y entre ellos corría un río de lava.
Se preguntarán qué clase de persona encierra con tanto cuidado a una princesa, pues la respuesta es especial, ya que la princesa misma fue la que procuró ese tipo de protección. Y su habitación con un techo de tela azul que simula el cielo, las paredes de colchón suave, su cama de agua, el piso de colchón cubierto por alfombra gruesa, uno se sentía dentro de una nube. Para entretenerse sus libros todos forrados de esponja.
La princesa tenía rizos negros como el carbón, ojos tan profundos como un pozo sin fin, siempre con una mirada de melancolía a pesar de su sonrisa blanca. Era de una belleza exótica. Y en su cuello siempre colgaba un triángulo de cristal.
Al final de su armario una puerta, dentro de ella un cofre que se abría con su colgante, y dentro varios pedazos de cristal de diferentes tamaños, de diferentes colores, como un tesoro de pirata, y en medio otro cofre pequeño dentro del cual estaban tres pedazos de un cristal que era tan grueso como piedra, rojo intenso, tan duros, que uno se preguntaba cómo habrían llegado a romperse.
Y es que nuestra princesa nació con ese corazón de cristal, hasta que su padre lo rompió. Desde entonces la princesa ha colocado en ese hueco muchos corazones de cristal, incluso intentó con otros materiales pero su cuerpo los rechazaba. Pero todos se rompían. Quiso cubrirlos de barro, de piedra, de todos los metales, de esponja, de telas. Aún así, siempre era el mismo resultado. Un solo roce, una palabra, llevaba al mismo resultado, y la princesa, tan acostumbrada estaba que ya era capaz de enfrentarlo todo con una sonrisa.
La princesa no se rendía, pasó días y días, semanas hasta meses, en construirse su nuevo corazón, con una cubierta de hielo, y un sistema de enfriamiento que lo mantuviera así siempre. Con la intención de enfriar todo sentimiento o reacción de ella que pudiera causar una ruptura. Dentro, un relleno de este líquido de enfriamiento basado en ácido, y en medio agua con sal para que en caso de una ruptura deshiciera el hielo.
Ella soñaba con ya no sentir, con ser fría y egocéntrica, de mirada indiferente, y una mueca en el labio.
Esa noche salió para probar su nuevo corazón, procuraba alejarse de cualquier hombre. Logró así salir varias noches, pasar un buen rato, siempre manteniendo la distancia con la gente.
Hasta que un día, conoció a un joven, ella por miedo sólo se acercaba como amigos para poder preparar escudos y armas. Y poco a poco, se fue encariñando con su nuevo amigo, ella negaba cualquier sentimiento, por protección, lo que le resultaba sencillo con su nuevo sistema de enfriamiento que la confundía.
Pero una noche, paseando en las góndolas a las afueras de la ciudad, un hilo de sentimiento entre los dos, los acercó en un beso. Era tan delgado el hilo que no lo vieron venir ninguno de los dos.
Pasaron confundidos varios días y noches, meditando. Y en el calor de su habitación, el sistema de enfriamiento fallaba poco a poco, y se ilusionó. Creyó que con su nuevo corazón nada podría pasarle y que podría darse la oportunidad de dejarse llevar por un sentimiento.
El problema fue que en ese tiempo de meditación, su joven amigo llegó a la opuesta conclusión.
Y con solo una palabra, el frágil corazón de la princesa se quebró, dejó salir el agua con sal, derritió todo el sistema, pero lo que no pensó es que el ácido quemó las heridas de su hueco, quebró el cristal aún mas, y los pedazos viajaron por su cuerpo. Un pedazo se quedó en su ojo, haciéndola llorar constantemente. Otro en sus cuerdas vocales, y ya no podría hablar, uno mas en su estómago y dejó de querer comer. En sus piernas para no poderse mover, y en sus pulmones, le costaba respirar.
La princesa tuvo que permanecer en cama, sin saber cómo arreglar el desastre de su nueva invención.
Pasaron los días, y la historia circuló por los alrededores. Hasta que un joven alquimista que iba de paso, se enteró de lo sucedido, y tras el haber sufrido mucho en su pasado, quiso ayudarla con meros fines académicos.
En el castillo recibían a cualquiera que creyera poder ayudar, pero nadie dejaba que vieran a la princesa hasta que no probaran sus ideas.
El alquimista paseó por todo el castillo, averiguó todo el pasado de la princesa. Encontró el corazón real dentro del cofre.
Y así transcurrieron días y días de investigación, con cada día la comprendía mas, la quería mas, pues no era como ninguna princesa que él hubiera conocido antes, ni siquiera era como cualquier otra mujer.
Logró unir los pedazos pero seguían separándose con facilidad. Los rellenó de chocolate líquido cubiertos por pétalos. Y por fuera del cristal, caramelo. En el hueco de la princesa, cubierta de bombones suaves y azúcar. La princesa poco a poco recobró conciencia, pero persistían los cristales en el resto de su cuerpo que la imposibilitaban.
Aún así, se le organizó un gran banquete en el palacio, lleno de muchas delicias de varias regiones, como celebración por su mejora. Al final de la cena hubo un gran baile.
El joven alquimista, le pidió una pieza, con cada nota ella sonreía. Con cada esbozo de sonrisa una lágrima menos, un respiro, y un movimiento. Ella sobre los pies del alquimista, para poder dar vueltas con la melodía, sentía que volaba. Sutilmente entre cada giro, la llevó al jardín, donde había colocado miles de luces y fuentes. Mientras seguía la música, se perdieron en sus miradas, hasta quedarse estáticos. Y bajo miles de estrellas, la besó.
Un beso mágico que calentó lo que quedaba de su líquido de enfriamiento, que recorrió todo su cuerpo, derritió los pedazos por todo su cuerpo, la liberó. También derritió el chocolate, el caramelo y el corazón original, y todo se fusionó en uno sólo, haciéndolo tan duro. Y constantemente el chocolate caliente circularía por su cuerpo evitando que su corazón-cristal pueda separarse nuevamente.
El alquimista se fue, pero su partida ya no rompió a la princesa, pues la había querido y la había arreglado con chocolates, pétalos y caramelo.

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